PARROQUIA SAN SEBASTIÁN DE POZOBLANCO

domingo, 10 de abril de 2016

“Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero”.

Jn 21,1-16 Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: «Voy a pescar.» Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo.» Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.
Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis nada que comer?” Le contestaron: “No.” Él les dijo: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.” La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: “Es el Señor”.Cuando Simón Pedro oyó “es el Señor”, se puso el vestido -pues estaba desnudo- y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos.
Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan.Díceles Jesús: “Traed algunos de los peces que acabáis de pescar.” Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: “Venid y comed.” Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres tú?”, sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.
Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: “Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?” Le dice él: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Le dice Jesús: “Apacienta mis corderos.» Vuelve a decirle por segunda vez: “Simón de Juan, ¿me amas?” Le dice él: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Le dice Jesús: “Apacienta mis ovejas.” Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.” Le dice Jesús: “Apacienta mis ovejas. “En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras.” Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: “Sígueme.”


Tantas veces tenemos la tentación de rendirnos, dejar de combatir, renunciar a empezar de nuevo, de vivir de verdad la fe… A lo mejor muchos se han conformado con su mediocridad; o, peor, instalados en el pecado. Hoy Cristo vuelve a llamarte. Y tú ya sabes quién eres, cuáles son tus debilidades. Y vuelve a llamarte en el mismo medio y circunstancias en que ahora estás. Allí, donde estás ahora, en esa familia, en ese trabajo, con esos amigos, en este año, en este pueblo. Aquí, sí, pero ya no confiado en tus fuerzas, sino exclusivamente en El.

Aquí y ahora. Y te lo dice claro, y te conoce bien. Te dice: “¡Sígueme!”
Y yo te digo, ¡síguelo! Tírate otra vez al agua. Puedes ser cristiano, de verdad.

Es importante para un cristiano encontrarse con Jesús en medio de su vida. Si no lo hacemos corremos el peligro de estar faenando "toda la noche" (toda la vida) y no conseguir nada; corremos el peligro de correr mucho, de estar muy preparados, de competir activamente..., pero de tener las redes vacías; vacías de visión sobrenatural,  vacías de alegría en la fidelidad… Esta capacidad para descubrir al Señor en el acontecer diario es lo que puede hacer a un cristiano distinto del resto de los demás.

sábado, 2 de abril de 2016

II Domingo de Pascua. «Hemos visto con nuestros ojos, y hemos tocado con nuestras manos».

   
Lectura del santo evangelio según san Juan 20,19-31

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. 
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.» 
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. 
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.» 
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados! quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» 
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.» 
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.» 
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.» 
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.» 
Contestó Tomás: «¡Señor Mío y Dios Mío!» 
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo tengáis vida en su nombre.
Palabra del Señor


   Actualmente hay una tentación muy fuerte a la increencia. Pero la lucha por la fe no es solo de estos tiempos. 

   A la luz del Evangelio podemos ver que la fe no la  podemos reducir a un hecho individual en que bastan mis propias luces, prescindiendo de los otros. Sin la Iglesia, sin los hermanos, no hay posibilidad de fe ni de encuentro con Cristo. Es en este ámbito  comunitario donde se puede encontrar a Cristo Resucitado y crecer en la fe en Él. Esto vale para los apóstoles y para nosotros
Tomás no estaba solo y podía confrontar su propia y extraordinaria experiencia con la de los demás testigos de la Resurrección. Confrontación tan necesaria para la fe que, cuando María Magdalena por su lado y los dos discípulos de Emaús se encuentran a solas con Jesús resucitado, tienen la necesidad imperiosa de correr al núcleo de la primera Iglesia, de los primeros discípulos, para compartir con ellos su experiencia.


   Sí, a la Iglesia debemos nuestra fe. La Iglesia que son los hermanos del pasado y del presente. Lo que yo no sé de teología lo sabe aquel teólogo; allí donde mi caridad no alcanza, llega la del misionero; las dudas y dificultades a las cuales no sé responder aquel otro las resuelve; y, cuando mi fe vacila, me apoyo en la de los demás; lo que no puedo hacer como sacerdote lo hace ese mi hermano como padre de familia. Y, así, juntos, es como podemos avanzar en medio del combate de la vida. Necesitamos reunirnos, necesitamos acompañarnos.

   Unos y otros “hemos visto con nuestros ojos, y hemos tocado con nuestras manos”. No lo mismo, pero todos hemos visto. Unos vieron a Jesús en su cuerpo físico. Nosotros hemos visto no su carne, pero sí lo que ha obrado en nosotros y a lo largo de la historia de la Iglesia. En la tradición cristiana creer no se contrapone a ver. La fe es un don, una elección, pero creer es un acto de la inteligencia, es asentir a lo que se ve y se toca.