PARROQUIA SAN SEBASTIÁN DE POZOBLANCO

jueves, 6 de octubre de 2016

Entrevista al cardenal Rouco sobre Carmen Hernández. «Una mujer libre» que le hablaba a los obispos y al Papa «con toda claridad»

El cardenal Antonio Rouco Varela, arzobispo emérito de Madrid, ha mantenido siempre una relación estrecha con los iniciadores del Camino Neocatecumenal. Habla en esta entrevista de su coiniciadora, Carmen Hernández, fallecida el 19 de julio, a quien describe como una mujer marcada por «la Pascua»,  de «dureza exterior y corazón blandísimo»
¿Cómo fue su relación Carmen Hernández, sobre todo durante los 20 años de episcopado en Madrid y durante los años como presidente de la Conferencia Episcopal Española?
A Carmen la conocí en la JMJ del año 89, en Santiago de Compostela, en la que, como responsable del Camino, estuvo presente. Pero de verdad y de cerca la conocí a partir del comienzo de mi ministerio episcopal en Madrid, en el curso 1994-1995. Tras un primer encuentro con las comunidades de Madrid empezamos a conocernos un poco más, hablando del tema que ya estaba vivo en la preocupación de los iniciadores del Camino: la relación entre la forma eclesial del Camino y su forma canónica, para darle continuidad y una estabilidad de cara al futuro. Tuvimos nuestra primera conversación, animadísima.
Ella era una mujer muy de Iglesia, muy de haberse encontrado con Cristo en ese momento decisivo de salvación del hombre que es la Pascua, pero tampoco tenía pelos en la lengua. Hablaba con un obispo con toda claridad y a veces no coincidiendo. En eso ella fue una mujer muy libre, muy del Concilio Vaticano II. Tampoco tenía reparos en decírselo al Papa, como al Papa que tanto quería que era Juan Pablo II.
Después, ya en el proceso de elaboración de los estatutos, tuve un trato muy frecuente con los iniciadores y los itinerantes del Camino, pero con ella siempre fue un trato muy particular. Tenía sus ideas propias, también sobre que el Camino por ser un itinerario catecumenal postbautismal necesitase una formula canónica especial para que tuviese su sitio en la Iglesia del modo más fecundo posible. Ella fue acompañándonos con el carácter típico suyo y también con su personalidad de mujer cristiana y de mujer consagrada que la caracterizó siempre.
¿Cómo era Carmen?
Por un lado, era muy cariñosa y extremadamente afectuosa, pero a veces sus formas eran un poco duras, una especie de combinación de dureza exterior y corazón blandísimo, siempre al final de una gran entrega generosísima y también de una gran humildad, una gran humildad, siempre estaba dispuesta a obedecer.
¿Cómo vivió usted los últimos momentos de Carmen Hernández?
Durante estos dos últimos años la visitaba con frecuencia en su casa de Madrid. La última vez que la visité fue una semana antes de partir a la presencia del Señor. Ese día hable con Kiko en la habitación, que me dijo: «Oh, cuanto le agradezco que visite a Carmen». Le di un saludo y la bendición. Ella siempre me pedía que la bendijese y también en ocasiones le llevaba un rosario del Santo Padre. Rezaba mucho el rosario, lo rezaba mucho.
El día del fallecimiento fui a ver a Kiko después de rezar ante el cadáver de Carmen. Kiko estaba sereno pero afectado, con nostalgia por ir al cielo.
Carmen estudió y promovió el Concilio Vaticano II…
Ella era una entusiasta del Concilio. El Vaticano II era siempre su discurso de justificación del Camino. Y también su actitud de vivir su vocación de cristiana en la Iglesia y consagrada la avalaba siempre con textos y con fórmulas del Concilio. En definitiva, justificaba de una manera muy precisa lo que tenía que significar y lo que significaría el Camino: un catecumenado de adultos postbautismal. Y todo con ese gran enfoque sobre la celebración de la Pascua y ver la Iglesia viviendo constantemente la presencia actual de la Pascua del Señor, de manera específica como lo había propuesto el Camino. La Pascua era su gran tema.
¿Y de cara al futuro?
Cuando hablábamos de los estatutos, entre los obispos, cardenales y con el Papa Juan Pablo II, ya que la confección de los estatutos se desarrolla en los últimos diez años del pontificado de san Juan Pablo II, queríamos ayudar y contribuir a discernir de qué modo la iniciativa del Camino Neocatecumenal afecta a la vida de la Iglesia y a la Iglesia del futuro. Nos parecía muy importante resolver el problema de su estatuto, en cuanto a su misión y la vida pastoral de la Iglesia. Creo que, como en todas las realidades que tienen un origen carismático específico, como es el caso del Camino Neocatecumenal y de sus iniciadores, cuando el Señor escrute la historia de la Iglesia tendrá que incluir también la gran historia del Camino Neocatecumenal, que ha de integrarse dentro del gran cuerpo de la Iglesia. Por tanto el futuro está más o menos marcado ya desde el punto de vista pastoral.
 Para terminar...
Nadie iba a pensar que iba a nacer de las comunidades neocatecumenales una aportación fecunda a la Iglesia de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, ni que iba a inspirar la conformación de tantos misioneros unidos a las diócesis, porque son seminarios diocesanos y a la vez misioneros, y de alguna modo y por esa razón en relación estrecha con el Papa… Pero ya a finales de los años 80 la posibilidad, la oportunidad y la necesidad de esos seminarios Redemptoris Mater se vio clara. Se comenzó con la formación del seminario de Roma, de Medellín, luego Madrid, hasta llegar a los 107 seminarios Redemptoris Mater que hay ahora. Un don para la Iglesia muy grande, del que la mayor parte de la totalidad de los obispos están muy agradecidos.
Juan Ignacio Merino (Semanario Alfa y Omega)

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