PARROQUIA SAN SEBASTIÁN DE POZOBLANCO

domingo, 23 de octubre de 2016

Un cura que merece nuestro recuerdo

En la vida, el ser humano busca muchas cosas, creo, que con una sola finalidad, encontrar la felicidad. Para eso, se desvive por tener, ser, triunfar, aparentar, acaparar, por pensar en si mismo.

Yo me pregunto, ¿puede uno, llegar a ser feliz así? Basta mirar a nuestro alrededor, donde no nos falta de casi nada, y muchas veces se podría calificar a nuestra sociedad de hombres insatisfechos.

Voy a contaros, una experiencia inolvidable, de algo que me pasó, hace cuarenta y cuatro años, era yo un muchacho que acababa de cumplir poco más de diez años, era monaguillo de la parroquia de San Sebastian. Por aquel entonces, vino a nuestra parroquia un sacerdote joven, D. Juan Caballero Romero, un sacerdote que lo recuerdo con muchas ganas de trabajar, no llevaba un mes, y empezó a preocuparse de su parroquia: Restauración de la misma, así como de la vida espiritual de sus feligreses.


Ya empecé a darme cuenta de la sencillez de este sacerdote, que se hizo rapidamente con todos, pero, con una especial dedicación: niños, enfermos y a los pobres.

D. Juan, era todo ternura, humildad, nunca se dio importancia, muchas veces lo vi llorar cuando predicaba, sus palabras las quería meter en el corazón de los que le escuchaban, no era hombre de oratoria, que embelesara a sus oyentes, y el así lo reconoció muchas veces, era un hombre que llegaba al corazón, por la sencilla razón de que hablaba desde el corazón, y era fácil descubrir que su forma de vivir, era una copia de las palabras que decía en el atril; bonita, hermosa y profunda, forma de convencer aquellos que tienen la virtud de vivir lo que predican.

Fue en todo el sentido de la palabra un “padrazo”, recuerdo aquel primer coche que tuvo, un 600 matricula CO - 8.932 A de color amarillo, un tanto chillante, como queriendo llamar la atención por donde pasaba para decir, estoy aquí, donde su preocupación eran los pequeños, en los días de lluvia, en el frío invierno, se dedicaba al terminar la catequesis de niños, a llevarlos a sus casas, para que no se mojaran, ni pasaran frío, siendo mis ojos testigos de meter en dicho coche, hasta trece niños. “Lo que hace el Amor”

No puedo olvidar, como se emocionaba cuando hablaba de la familia, tesoro que tanto valoraba y ponderaba, siendo los mejores años de cualquier persona vividos al calor del hogar familiar, donde más se nos había querido, no por lo que tenemos, sino por lo que somos.
Fue un sacerdote comprensivo donde los haya, recuerdo que en los entierros, le gustaba proclamar el salmo “El Señor es compasivo y misericordioso” Creía con firmeza, en un Dios, compasivo, ¡cuantas veces escuche de sus labios!, Dios es Padre con corazón de Madre, esto lo transmitía y lo hacia vida con sus semejantes.

Recuerdo, un cuadro en su despacho que decía “Quién soy yo para juzgar a mi prójimo” Siempre pensé que son palabras bonitas, hermosas pero que quedan en el vacío, no así, en la vida de D. Juan,no lo vi nunca juzgando a nadie, tenia facilidad para disculpar” siempre brotaba de sus labios, yo diría de su “corazón” frases como estas: “No se habrá dado cuenta” “Por que lo iba a hacer” piensa bien, todos caemos, hay que perdonar.

Era muy consciente de sus errores, y con facilidad pedía perdón, en privado como en público. Que lejos estaba de él, herir a nadie. Era muy humano, por tanto, consciente de su humanidad, que fácilmente podía desembocar en fallos, y pecados, lo que le llevaba con mucha frecuencia acudir al Sacramento de la confesión.

¿Que pobre se acercaba a él, que se fuera con las manos vacías?. Más de una vez, vi salir de su casa,hasta cinco pobres juntos, estoy seguro que ninguno, se iba sin nada. Nunca le vi con sentido de la propiedad, no tenia nada suyo, todo lo que tenía “que por cierto era bien poco”, eso si: tenia un corazón grande que le llevaba a compartir, a dar con naturalidad y por supuesto a darse él mismo a todos.
Le gustaba, con mucha frecuencia cambiar algún billete en monedas, me decía, cámbiame que luego vienen mis pobres. Los pobres, para él, no eran un imprevisto, era algo que él preparaba con amor,con el convencimiento de que formaban parte de su vida, contaba con ellos. Muchas limosnas no tenían que ir a pedírselas, iba él, al encuentro de ellos, porque como buen Padre, conocía las necesidades de sus hijos.
Como olvidar aquellos años, en los que junto con algunos colaboradores, se preocupaba de que el fin de año, los ancianos que vivían solos, no pasaran esa noche en su casa, se le preparaba la cena con mucho cariño y cenaban en la sacristía, como una verdadera familia, que había que cuidar, siendo el mismo, con su coche, el que se preocupaba de ir a recogerlos.
Capellán del Hospital Comarcal, desviviéndose por todos los enfermos, visitando todas las habitaciones, compartiendo con ellos sus sufrimientos y dándole una palabra de consuelo.

Todos los sábados en el Camf, celebrando la Misa, y esas misas de Navidad, donde hacia que se sintiera la ternura de Dios hecho niño, que viene al mundo, para amarte a ti como eres.
Capellán de Prode, pendiente de todo lo que necesitaban espiritualmente, haciéndose uno con ellos y donde no se cansaba de gritar en sus homilías, que ellos sin lugar a dudas eran los preferidos de Dios.

La misa de Navidad, con su mensaje hacia sentir que Dios estaba allí y que Prode, se había convertido al menos por una noche en un Belén viviente.

Me viene a la memoria la última homilía que dijo del Evangelio del Hijo Prodigo, cuando habló de la vuelta del hijo a su casa, y el padre lo abraza, no pudo contenerse: lloró. Dijo: ese abrazo es el que Dios Padre quiere darte a ti, cada vez que te alejas de Él.

Profesor en el Colegio Virgen de Luna, en el Instituto Antonio María Calero y como Asesor Religioso en el Colegio Manuel Cano Damian, una labor no solo docente, sino cercana de padre, con los jóvenes en los que confiaba que eran el futuro de la Iglesia, de la Sociedad y a los que había que cuidar con mucho esmero, tener una gran paciencia y nunca, nunca desesperar.

Un sacerdote, con mucho celo por anunciar el evangelio, no solo en el atril de la parroquia, sino quesalía por su feligresía, casa por casa anunciando a todos el amor de Dios.
Un sacerdote volcado con el corazón, con todas las realidades de la parroquia. D. Juan no tenia horas de despacho, estaba siempre disponible donde lo llamaran, allí se hacia presente. Recuerdo las muchas veces cuando no había Hospital y lo llamaban para un enfermo a media noche. Allí estaba él. Cuantas veces le escuche decir: ¡como no voy a ir!, ¡como no voy atenderlos!, si dándote a los demás es como eres feliz, de las cosas de Dios mientras más mejor, y es que las cosas de Dios, eran sus cosas.

Siempre se sentía joven aunque tuviera noventa años, para servir, siempre era joven. Respetuoso con todos, nunca le gustaba analizar la fe de nadie, decia solo Dios, sabe lo que hay en el corazón de cada ser humano. ¿Quien soy yo para valorar los sentimientos de nadie?. La fe sencilla del pueblo, decía me impone respeto. Si ellos hubiesen recibido todo lo que yo he recibido, estoy seguro que me llevarían ventaja. ¡Cuantas veces yo, me duermo en los laureles!
Hombre de mucha oración. Con cerca de noventa años, no le importaba levantarse en Adviento y en Cuaresma a las 6,30 de la mañana para hacer una hora de oración todos los días, por supuesto, que todos los días dedicaba muchas horas a rezar.

Me maravillaba, ver con que facilidad se amoldó a dejar de ser párroco y ponerse, a disposición del párroco para que le mandara, estos frutos solo salen de un corazón que no tiene pretensiones y solo desea hacer vida en su vida, el evangelio que predica.

Sencillo hasta el final de su vida, dejándose ayudar cuando las fuerzas venían a menos, hasta para dejarse ayudar, se necesita ser humildes. Y D. Juan lo ha sido.

Si para ser feliz, se necesita tener mucho, no entiendo como este cura, teniendo tan poco pudo ser tan feliz. Estoy convencido de que nos ha dado una lección grande, de que la felicidad del hombre, estáen vaciarse de uno mismo y darse a los demás.

D. Juan, así lo hizo, y murió con la satisfacción del deber cumplido, dejando una huella imborrable en el corazón de los que tuvimos la suerte de estar entre sus amigos, y que sin lugar a dudas suTESTIMONIO, nos abre un camino para seguir sus pasos.

El, no era amante de elogios humanos, pero Pozoblanco se lo debe, y lo que nos toca es ser agradecidos.

No obstante, si nos quedamos solo en esto, seria quedarnos en poco a la labor por el realizada, debe movernos a todos: el sembrar este mundo, de valores que merezcan la pena, ya no lo tenemos a nuestro lado, pero: miremos la vida de D. Juan Caballero y deseemos seguir sus pasos, y no me cabe la menor duda, que encontraremos la felicidad que buscamos.

¡He tenido mucha suerte de vivir a su lado tantos años!, experiencia, que nunca, nunca olvidaré.


Hombres así, no se pueden olvidar, hombres así, debe quedar su recuerdo permanentemente para nosotros y para las generaciones que vienen después, por eso el pueblo de Pozoblanco está recogiendo firmas para que una calle, cerca de la parroquia a la que entregó toda su vida, lleve el nombre de Cura D. Juan Caballero Romero


Por JUAN FERNÁNDEZ MEDRÁN (Sacristán). Publicado ayer en la Comarca

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