PARROQUIA SAN SEBASTIÁN DE POZOBLANCO

martes, 11 de abril de 2017

Estando Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y dijo: uno de vosotros me va a entregar

Imagen del día de ayer. Se prepara la Soldad para acompañarnos el Viernes Santo
En la iglesia de Jesucristo hay que acostumbrarse a vivir con la posibilidad de la traición a Jesús y al evangelio. Pero sobre todo, hay que estar convencidos de que la traición puede generarse en cada uno de nosotros mismos.

Reflexión sobre la traición de Judas de San Buenaventura:

"El alma que devotamente quiera considerar la pasión de Jesucristo, lo primero que se le ofrece es la perfidia del traidor. Rebosó de tanto veneno de fraude, que entregó a su Maestro y Señor; se abrasó en tales llamas de codicia, que vendió por dinero a Dios infinitamente bueno, y a vil precio la sangre preciosísima de Cristo; tan grande fue su ingratitud, que persiguió de muerte al que le había confiado todas las cosas y enaltecido a la gloria del apostolado; tan obstinada su dureza, que no pudieron apartarlo de su pérfida alevosía ni la familiaridad de la cena, ni la humildad del lavatorio, ni la suavidad de la plática. ¡Oh admirable bondad del Maestro para con el duro discípulo, del piadoso Señor con el peor de los siervos! Cierto, más le valiera no haber nacido (Mat 26, 24). Mas, con ser tan inexplicable la impiedad del traidor, lo es mucho más la mansedumbre del Cordero de Dios, dada en ejemplo a los mortales, para que el débil corazón humano, traicionado por la amistad, no diga en adelante: Si fuera un enemigo quien me afrentara, eso lo soportaría (Ps 54, 13); pero ¡he aquí al hombre en quien Jesucristo puso toda su confianza, el hombre que parecía ser uno en la voluntad con el Maestro, su íntimo y familiar, el hombre que saboreaba el pan de Cristo y que en la sagrada Cena comía con Él los regalados manjares, levantó contra Él el golpe de la iniquidad! Y sin embargo de esto, el mansísimo Cordero, sin engaño ni dolo, en la misma hora de la traición no dudó en aplicar sus labios divinos a la boca rebosante de malicia, sellándola con beso suavísimo, para dar al discípulo aleve todas las muestras de afecto, que hubieran podido ablandar la dureza del corazón más perverso». (San Buenaventura)

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