Hoy tenemos el final del capítulo sexto de San Juan. Y sorprende que después
de que Cristo realizara un milagro tan grande y anunciara una enseñanza tan
profunda muchos de sus discípulos le abandonarán. El Señor siempre nos deja
libertad.
Suele suceder que nuestras perspectivas sobre Jesucristo y de la fe es
demasiado material y solo acudimos al Señor con el deseo de obtener algo a
cambio. Jesús dice: no quiero solo daros bienes, quiero que estéis conmigo, que
participéis de mi misma vida.
Cristo se ofrece a nosotros como algo
que debe ser comido, masticado, tragado, digerido… «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?» Él todo entero, sin reserva
alguna, se da a cada uno de nosotros, sin restricciones, sin límites… Este
propósito de entrega plena hasta la muerte de Jesús, a los discípulos, parecía
excesivo, monstruoso, para el Mesías que, más bien, debería intentar alcanzar
el triunfo sobre sus enemigos y no la cruz... y, más inadmisible y escandaloso
aún, el que los llamara a ellos a comerlo, a digerirlo, a seguirlo en este camino
que pasa por la cruz.... Si: "Es duro este lenguaje, ¿quién puede
escucharlo?"
¿Quién
pude entender en su sano juicio que el camino de la vida sea la cruz? ¿Quién
comprenderá con su razón que una enfermedad, que un sufrimiento físico o moral,
que el olvido de nosotros mismo, la aceptación -aún a costa de nuestros
intereses más profundos- de la voluntad de Dios, pueda ser camino de plenitud?
No
"eso yo no me lo trago", diríamos nosotros. "Es una verdad, una
propuesta indigerible". No: algunos de los discípulos, también algunos “cristianos”
hoy, no pueden tragar a Jesús. “Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y
dejaron de acompañarlo”.
Y
ciertamente no basta el esfuerzo, la admiración, las buenas intenciones, las
buenas costumbres para seguir a Cristo, porque tantas veces los caminos por los
cuales nos lleva están más allá de nuestras fuerzas y comprensión. Nos llega a
pedir cosa que no estamos dispuestos, no queremos, nos negamos, nos asustamos
de dar. No: no bastan los jugos gástricos de nuestra inteligencia y de nuestra
voluntad para digerir a Cristo. Es necesaria la luz que viene del Espíritu
Santo, porque mediante el pan que es Jesús no se trata de sostener y transmitir
vida humana, sino vida divina. "El Espíritu es el que da vida, la
carne, lo humano, de nada sirve..."
Nosotros, a
pesar de que así está dicho en el Evangelio, ya no utilizamos crudamente la
expresión 'comer ', 'tragar el pan', sino que hablamos de 'comulgar', “comunión”.
Construir juntos, defenderse juntos, hacerse fuertes juntos, vivir juntos,
establecer una unidad de vida, una 'común unidad'...
Cristo
se nos da en el pan de la Eucaristía, se nos da en la escritura, en los evangelios,
en la enseñanza de los apóstoles… debemos digerir antes que nada pensando,
rumiando, ordenando nuestra mente por Él y hacia Él, caminando juntos, apegándonos
a Él. No: no basta con deglutir la hostia (y esto no es ninguna palabrota).
Jesús quiere comunicarnos su vida divina, su Espíritu. Es la fe la que
-superando la apariencia de pan que nos pone en contacto con el cuerpo de
Cristo- nos hace “una sola carne con Cristo”.